Vi el engaño de los golpes. Satanás tiene el poder de colocar ante nosotros la apariencia de formas que supuestamente son de nuestros familiares y amigos que ahora duermen en Jesús. Se hará aparentar que están presentes, se dirán las palabras que ellos hablaron mientras que estaban aquí, con las cuales estamos familiarizados y resonará en nuestro oído el mismo tono de voz que tuvieron mientras vivían. Todo esto ha de engañar al mundo y lo entrampará.
Vi que los santos deben tener una profunda comprensión de la verdad presente, la cual tendrán que sostener basándose en las Escrituras. Deben comprender el estado de los muertos; porque un día los espíritus de demonios se les aparecerán profesando ser amigos y parientes amados, que les declararán doctrinas sin ningún fundamento bíblico. Harán todo lo que está en su poder para despertar su simpatía y realizarán milagros ante ellos, para confirmar sus declaraciones. El pueblo de Dios debe estar preparado para resistir a esos espíritus con la verdad bíblica de que los muertos nada saben, y de que los aparecidos son espíritus de demonios.
Vi que debemos examinar bien el fundamento de nuestra esperanza, porque tendremos que dar razón de éste basándonos en las Escrituras; porque veremos ese engaño propagarse, y tendremos que luchar contra él cara a cara. Y a menos que estemos preparados para enfrentarlo, seremos entrampados y vencidos. Pero si hacemos lo que podamos, poniendo de nuestra parte para estar listos para el conflicto que se encuentra justo ante nosotros, Dios hará su parte, y su brazo omnipotente nos protegerá. Si fuera necesario, enviaría todos los ángeles de la gloria para formar un círculo de protección alrededor de las almas fieles para que no sean engañadas y desviadas por los milagros mentirosos de Satanás.
Vi la rapidez con la que ese engaño se estaba difundiendo. Se me mostró un tren que viajaba a la velocidad del relámpago. El ángel me ordenó que mirara cuidadosamente. Fijé mis ojos en el tren. Parecía que todo el mundo estaba a bordo. Entonces el (ángel) me mostró el conductor, quien parecía un personaje imponente y atractivo y a quien todos los pasajeros respetaban y reverenciaban. Estaba perpleja y le pregunté a mi ángel acompañante quién era. Él dijo: Es Satanás. Él es el conductor en la forma de un ángel de luz. Ha cautivado al mundo. Éste se ha entregado a un engaño extraordinario a fin de creer a la mentira para que sea condenado. Su agente, el que le sigue en rango, es el maquinista, y otros de sus agentes, están ocupados en diferentes cargos, según él los necesite, y todos están yendo con gran rapidez hacia la perdición. Le pregunté al ángel si no había quedado nadie. Él me ordenó que mirara en dirección opuesta, y vi a un grupo pequeño, viajando por una senda angosta. Todos parecían estar firmemente ligados y unidos por la verdad.
Esa pequeña compañía se veía agobiada por las inquietudes, como si hubiera pasado a través de severas pruebas y conflictos. Y parecía como si el sol hubiera justamente salido de detrás de la nube, y brillado sobre sus rostros, haciendo que se vieran triunfantes, como si sus victorias estuvieran a punto de ser ganadas.
Vi que el Señor le había dado al mundo oportunidad de descubrir la trampa. Eso era bastante evidente para el cristiano si no hubiese habido otra cosa. No se hace diferencia entre el precioso y lo vil.
Satanás da a entender que Tomás Paine, cuyo cuerpo ya se ha demoronado hasta convertirse en polvo y quien será llamado al final de los 1000 años, en la segunda resurrección, para recibir su recompensa, y sufrir la segunda muerte, está en el cielo y que es muy honrado allí. Satanás lo usó en la tierra por tanto tiempo como pudo, y ahora prosigue la misma obra mediante pretensiones de que Tomás Paine está muy encumbrado allí; y que es muy venerado y como él enseñó en la tierra, Satanás finge que continúa enseñando en el cielo. Algunas personas en la tierra, que han considerado con horror su vida, su muerte y sus enseñanzas corruptas mientras vivía, se someten ahora a ser enseñadas por él, quien era uno de los hombres más viles y corrompidos; uno que despreciaba a Dios y a su ley.
El Padre de la mentira, enceguece y engaña al mundo enviando sus ángeles a hablar como si fueran los apóstoles, y hace que parezca que ellos contradicen lo que escribieron cuando estaban en la tierra, y que fue dictado por el Espíritu Santo. Esos ángeles mentirosos hacen que los apóstoles corrompan sus propias enseñanzas y que declaren que éstas están adulteradas. Al hacer eso, él puede sumir a los profesos cristianos, quienes tienen nombre que viven y están muertos, y a todo el mundo, en incertidumbre acerca de la palabra de Dios; porque ésta se interpone directamente en su camino, y es capaz de destruir sus planes. Por lo tanto, los induce a dudar del origen divino de la Biblia, y entonces ensalza al incrédulo Tomás Paine, como si éste hubiera entrado en el cielo al morir, y unido a los santos apóstoles, a quienes odiaba en la tierra, estuviera enseñando al mundo.
Satanás le asigna a cada uno de sus ángeles el papel que ha de actuar. Les ordena que sean astutos, ingeniosos y sagaces. Instruye a algunos de ellos a desempeñar el papel de los apóstoles y a hablar por ellos, mientras que otros han de actuar el papel de incrédulos y de hombres impíos quienes murieron maldiciendo a Dios, pero que ahora parecen ser muy religiosos. No se hace ninguna diferencia entre los santos apóstoles y el incrédulo más vil. Él aparenta que ambos están enseñando lo mismo. No importa a quién Satanás hace hablar, si con ello logra su objetivo. Él estuvo tan íntimamente conectado con Paine en la tierra, y lo ayudó de tal manera que es muy fácil para él saber las palabras que él usaba, y la escritura misma de uno de sus hijos, quien le sirvió con tanta fidelidad, y logró sus propósitos tan bien. Satanás dictó mucho de lo que éste escribió, y es fácil para él dictar ahora, mediante sus ángeles, opiniones que parezcan venir de Tomás Paine, quien fue su siervo devoto mientras vivió. Pero esa es la obra maestra de Satanás. Todas esas enseñanzas que supuestamente proceden de los apóstoles, de los santos y de hombres impíos que han muerto, emanan directamente de su majestad satánica.
Eso debería bastar para remover el velo de cada mente y revelarle a todos las obras tenebrosas y misteriosas de Satanás,-que él coloque a uno a quien él amó tanto, y quien odió a Dios en forma tan completa, junto con los santos apóstoles y ángeles en gloria; prácticamente diciéndole al mundo y a los incrédulos: No importa cuán impíos seáis; no importa si creéis en Dios o en la Biblia, o si no creéis; vivid como querrais, el cielo es vuestro hogar,-porque todo el mundo sabe que si Tomás Paine está en el cielo, y está en una posición tan exaltada, ciertamente, ellos también llegarán allí. Eso es algo tan manifiesto, que todos pueden verlo, si quieren. Satanás está haciendo ahora lo que ha estado tratando de hacer desde su caída, a través de individuos como Tomás Paine. Mediante su poder y sus milagros mentirosos, él está destruyendo el fundamento de la esperanza del cristiano, y apagando su sol, el cual está supuesto a iluminarlo en el angosto sendero hacia el cielo. Está haciendo que el mundo crea que la Biblia no es mejor que un libro de cuentos no inspirado, mientras que él ofrece algo para tomar su lugar, a saber, ¡manifestaciones espiritistas!
Esa es una agencia totalmente suya, sujeta a su control, y él puede hacer que el mundo crea lo que le plazca. El libro que lo ha de juzgar a él y a sus seguidores, lo coloca en la sombra, justamente donde desea que esté. Hace del Salvador del mundo solamente un hombre común, y como los guardas romanos que vigilaban la tumba de Jesús propagaron el falso informe que los príncipes de los sacerdotes y los ancianos pusieron en sus labios, de la misma manera, los pobres e ilusos seguidores de esas pretendidas manifestaciones espiritistas, repetirán, y tratarán de dar a entender que no hubo nada de milagroso en el nacimiento, la muerte y la resurrección de nuestro Salvador; y después de relegar a Jesús y a la Biblia a último término, donde quieren tenerlo, llaman la atención del mundo hacia sí mismos y hacia sus prodigios y milagros mentirosos, los cuales, ellos declaran que exceden mucho a las obras de Cristo. De esa manera, el mundo es atrapado en el lazo, y es adormecido en un sentimiento de seguridad; para no descubrir su terrible engaño, hasta que las siete postreras plagas sean derramadas. Satanás se ríe cuando ve que su plan tiene tanto éxito, y que el mundo entero está en sus redes.
Favor hacer referencia a: Eclesiastés 9:5; Juan 11:1-45; 2Tesalonicenses 2:9-12; Apocalipsis 13:3-14.
Vi a Satanás y a sus ángeles consultando. Él ordenó a sus ángeles que fueran y colocaran sus trampas especialmente para los que estaban esperando la segunda venida de Cristo, y que estaban guardando todos los mandamientos de Dios. Satanás le dijo a sus ángeles que todas las iglesias estaban dormidas. Él aumentaría su poder y milagros mentirosos y podría retenerlas. Pero (dijo) odiamos a la secta de guardadores del sábado. Está continuamente trabajando en contra nuestra, y arrebatándonos nuestros súbditos para que guarden esa odiada ley de Dios.
Id, haced que los poseedores de tierras y de dinero se embriaguen de cuidados. Si podéis hacer que pongan sus afectos en esas cosas, serán nuestros todavía. Pueden profesar lo que quieran con tal de que logréis que se preocupen más por el dinero que por el éxito del reino de Cristo o la propagación de las verdades que odiamos. Presentad el mundo ante ellos de la manera más atractiva, para que lo amen y los idolatren. Debemos conservar en nuestras filas todos los medios que podamos, cuanto más sean los recursos que ellos tengan, más perjudicarán nuestro reino al quitarnos nuestros súbditos. Cuando convoquen reuniones en diferentes lugares, estaremos en peligro. Por lo tanto, sed vigilantes, causad toda la distracción que podáis. Destruid el amor que se tengan el uno por el otro. Desanimad y desalentad a sus ministros; porque los odiamos. Presentad toda excusa plausible ante los que tienen recursos, no sea que los entreguen. Si podéis, controlad los asuntos monetarios, y llevad a sus ministros a la necesidad y a la angustia. Eso debilitará su valor y su celo. Contended por cada pulgada de terreno. Haced que la avaricia y el amor a los tesoros terrenales sean los rasgos predominantes de su carácter. Mientras que esos rasgos dominen, la salvación y la gracia estarán lejos. Amontonad todo lo que podáis a su alrededor para atraerlos, y serán ciertamente nuestros. No sólo estaremos seguros de tenerlos, sino que su aborrecible influencia no será ejercida sobre otros para conducirlos al cielo. Y poned en los que traten de dar una actitud mezquina, para que lo hagan en pequeñas cantidades.
Vi que Satanás llevaba a cabo sus planes bien. Y cuando los siervos de Dios convocaban reuniones, Satanás y sus ángeles comprendían lo que tenían que hacer, y estaban en el terreno para obstruir la obra de Dios, y estaba constantemente poniendo sugerencias en la mente del pueblo de Dios. A algunos los conduce de una manera, y a otros de otra, siempre aprovechándose de malos rasgos en los hermanos y hermanas, excitando y provocando sus tendencias naturales al mal. Si ellos se sienten inclinados a ser egoístas y codiciosos, Satanás se complace en situarse a su lado, y entonces, trata de guiarlos con todo su poder, para que manifiesten sus pecados acostumbrados. Si la gracia de Dios y la luz de la verdad disipan esos sentimientos codiciosos y egoístas por un tiempo, y ellos no obtienen una completa victoria sobre ellos, cuando no estén bajo una influencia salvadora, Satanás se les acerca y marchita todo principio noble y generoso, y ellos piensan que se exige demasiado de ellos. Se cansan de hacer el bien, y se olvidan del gran sacrificio que Jesús hizo por ellos, para redimirlos del poder de Satanás y de una miseria sin esperanza.
Satanás se aprovechó del carácter codicioso y egoísta de Judas, y lo condujo a murmurar en contra del ungüento que María le dedicó a Jesús. Judas lo consideró un gran desperdicio; éste hubiera podido ser vendido y dado a los pobres. A él no le importaban los pobres, sino que consideraba que la ofrenda generosa hecha a Jesús era una extravagancia. Judas apreció a su Señor sólo lo suficiente como para venderlo por unas pocas piezas de plata. Y vi que había algunos como Judas entre los que profesan estar esperando a su Señor. Satanás los controla, pero ellos no lo saben. Dios no puede aprobar ni una partícula de avaricia o de egoísmo. Él las odia, y desprecia las oraciones y exhortaciones de los que las poseen. Como Satanás ve que su tiempo es corto, los lleva a ser más y más egoístas, y a volverse más codiciosos, y entonces se regocija al verlos centrados en sí mismos, severos, avaros y egoístas. Si los ojos de esas personas pudieran abrirse, verían a Satanás regocijándose acerca de ellos en triunfo satánico, y riéndose acerca de la insensatez de aquellos que aceptan sus sugerencias, y entran en sus redes. Entonces, él y sus ángeles toman las obras despreciables y codiciosas de esos individuos, y las presentan a Jesús y a los ángeles santos, y les dicen en tono de reproche: ¡Esos son los seguidores de Cristo! ¡Se están preparando para ser trasladados! Satanás nota su curso de acción desviado y lo compara con la Biblia, con pasajes que reprenden claramente tales cosas, y entonces los presenta para molestar a los ángeles celestiales, diciéndoles: ¡Esos están siguiendo a Cristo y su Palabra! ¡Esos son los frutos del sacrificio y de la redención de Cristo! Los ángeles se apartan con desagrado de la escena. Dios requiere de su pueblo que obre constantemente, y cuando éste se cansa de actuar de una manera buena y generosa, él se cansa de ellos. Vi que a Dios desagradaba grandemente aún la más pequeña manifestación de egoísmo de parte de su pueblo profeso, por el cual Cristo no estimó dar su propia vida preciosa. Cada individuo egoísta y avaro caerá a un lado del camino. Como Judas, quien vendió a su Señor, ellos venderán los principios buenos, y una disposición noble y generosa por un poquito de las ganancias de la tierra. Todos esos serán zarandeados fuera del pueblo de Dios. Los que desean llegar el cielo, deben estar alentando los principios del cielo con toda la energía que poseen. Y en lugar de que sus almas se marchiten en el egoísmo, deberían expandirse en la benevolencia, y se debe aprovechar toda oportunidad de hacer el bien el uno al otro, en llevar a cabo y en cultivar mucho más los principios del cielo. Jesús me fue presentado como el modelo perfecto. Su vida estaba libre de intereses egoístas y se destacó por su benevolencia desinteresada.
Favor hacer referencia a: Marcos 14:3-11; Lucas 12:15-40; Colosenses 3:5-16; 1Juan 2:15-17.
Vi que algunos, con una fe robusta y con clamores angustiados, rogaban a Dios. Sus rostros estaban pálidos, y mostraban una profunda ansiedad, la cual expresaba su lucha interna. En sus rostros se mostraba firmeza y una gran sinceridad, mientras que grandes gotas de sudor empapaban sus frentes. De vez en cuando, sus rostros se iluminaban con las señales de la aprobación de Dios, y nuevamente, la misma apariencia solemne, ferviente y ansiosa se posaba sobre ellos.
Ángeles malos los rodeaban, agobiándolos con sus tinieblas, para apartar a Jesús de su vista, a fin de que sus ojos fueran atraídos hacia la oscuridad que los rodeaba, desconfiaran de Dios, y que luego murmuraran en su contra. Su única seguridad consistía en mantener sus ojos dirigidos hacia las alturas. Ángeles tenían a su cargo al pueblo de Dios, y a medida que la atmósfera envenenada de esos ángeles malos circundaba a esas almas ansiosas, los ángeles que estaban guardándolos batían continuamente sus alas para disipar las densas tinieblas que había a su alrededor.
Vi que algunos no participaban en esa obra de agonizar y rogar. Parecían indiferentes y descuidados. No estaban resistiendo la oscuridad en torno a ellos, y ésta los encerraba como una espesa nube. Los ángeles de Dios los abandonaron, y fueron a ayudar a los que oraban fervientemente. Vi a los ángeles de Dios apresurarse a asistir a todos los que estaban luchando con todas sus energías para resistir a esos ángeles malos, y tratando de ayudarse a sí mismos clamando a Dios con perseverancia. Pero los ángeles abandonaron a los que no hicieron ningún esfuerzo para ayudarse a sí mismos, y los perdí de vista.
A medida que los que oraban continuaron sus fervientes clamores, de vez en cuando un rayo de luz de parte de Jesús llegaba hasta ellos, y los animaba, e iluminaba sus rostros.
Pregunté el significado del zarandeo que había visto. Se me mostró que sería causado por el testimonio directo que exigía el consejo del Testigo fiel a los laodicenses. Este tendrá su efecto sobre el corazón del que recibe el testimonio y lo llevará a exaltar el estandarte y a pronunciar la verdad directa. Algunos no soportarán ese testimonio directo. Se levantarán en contra de él, y eso causará un zarandeo entre el pueblo de Dios.
Vi que el testimonio del Testigo fiel no ha sido seguido ni siquiera a medias. El solemne testimonio del cual depende el destino de la iglesia, ha sido despreciado, si no ha sido completamente descuidado. Ese testimonio debe producir un profundo arrepentimiento, y todos los que verdaderamente lo acepten, lo obedecerán, y serán purificados.
El ángel dijo: ¡Escuchad! Pronto oí una voz que sonaba como muchos instrumentos musicales, todos sonando con acordes perfectos, dulces y armoniosos. Sobrepasaba a cualquier música que yo jamás hubiera escuchado. Parecía estar tan llena de misericordia, de compasión, y de un gozo ennoblecedor y santo. Emocionó todo mi ser. El ángel dijo: ¡Mirad! Mi atención fue guiada hacia el grupo que había visto antes, el cual estaba siendo poderosamente zarandeado. Se me mostró a los que había visto anteriormente llorando y orando en agonía de espíritu. Vi que la compañía de ángeles guardianes que los rodeaba se había multiplicado y que estaban revestidos de una armadura de la cabeza a los pies. Se movían en un orden exacto, firmes como una compañía de soldados. Sus rostros expresaban el severo conflicto que habían soportado, la lucha agonizante por la que habían pasado. Sin embargo, sus facciones, marcadas con una severa angustia interna, brillaban ahora con la luz y la gloria del cielo. Habían obtenido la victoria, y eso inspiró en ellos la más profunda gratitud, y un gozo sagrado y santo.
El número de ese grupo había disminuido. Algunos habían sido zarandeados y dejados por el camino. Los descuidados e indiferentes que no se unieron a los que apreciaban la victoria y la salvación lo suficiente como para agonizar, perseverar, y rogar por ellas, no las obtuvieron, y fueron dejados atrás en las tinieblas y sus lugares fueron inmediatamente ocupados por otros que aceptaron la verdad, y se unieron a las filas. Los ángeles malos todavía se agrupaban a su alrededor, pero no podían tener ningún poder sobre ellos.
Escuché a los que estaban vestidos con la armadura proclamar la verdad con gran poder. Ésta tuvo efecto. Vi a los que habían estado atados, algunas esposas habían estado ligadas por sus esposos, y algunos hijos por sus padres. Los sinceros que habían sido restringidos o impedidos de oír la verdad, ahora la aceptaban ansiosamente. Todo el temor a sus parientes había desaparecido. Solamente la verdad era sublime para ellos. Ésta les era más preciosa que la vida misma. Habían estado hambrientos y sedientos por la verdad. Pregunté que había ocasionado ese gran cambio. Un ángel respondió: Es la lluvia tardía, el refrigerio de la presencia del Señor, el fuerte pregón del tercer ángel.
Un gran poder asistía a esos escogidos. El ángel dijo: ¡Mirad! mi atención fue guiada hacia los impíos o incrédulos. Todos estaban agitados. El celo y el poder que se hallaba en el pueblo de Dios los había despertado y enfurecido. Había confusión, confusión por doquiera. Vi que se tomaban medidas en contra de ese grupo que tenía el poder y la luz de Dios. Las tinieblas se volvieron más densas a su alrededor, a pesar de eso, se mantenían firmes, bajo la aprobación de Dios y confiando en él. Los vi perplejos. Y entonces, los escuché clamar a Dios con fervor. A lo largo del día y de la noche su clamor no cesaba. Escuché las siguientes palabras: ¡Sea hecha tu voluntad, Oh Dios! ¡Si puede glorificar tu nombre haz que haya una vía de escape para tu pueblo! ¡Líbranos de los paganos a nuestro alrededor! Nos han sentenciado a muerte, pero tu brazo puede traer salvación. Esas son las únicas palabras que puedo traer a la memoria. Parecían tener un profundo sentido de su indignidad y manifestaban una completa sumisión a la voluntad de Dios. Sin embargo, cada uno de ellos, sin excepción rogaba y luchaba fervientemente, como Jacob, por liberación.
Poco después de que comenzaron su piadoso clamor, los ángeles, sintiendo compasión, querían ir a libertarlos. Pero un ángel de elevada estatura, que estaba al mando no se los permitió. Él dijo: Ellos deben beber de la copa. Deben ser bautizados con el bautismo.
Pronto oí la voz de Dios, la cual estremeció los cielos y la tierra. Hubo un gran terremoto. Por todas partes los edificios eran sacudidos y se derrumbaban. Escuché un triunfante grito de victoria, fuerte, armonioso y claro. Miré a esa compañía, la cual, poco antes había estado en tal angustia y opresión: Su cautiverio había terminado. Una luz gloriosa resplandecía sobre ellos. Cuán hermosos se veían entonces. Todo rastro de inquietud y de fatiga habían desaparecido. En cada rostro se veían la salud y la belleza. Sus enemigos, los paganos a su alrededor, cayeron como hombres muertos. No podían soportar la luz que brillaba sobre los santos libertados. Esa luz y gloria permanecieron sobre ellos hasta que se vio a Jesús en las nubes de los cielos, y la compañía fiel y probada fue transformada en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, de gloria en gloria. Y las tumbas fueron abiertas y los santos resucitaron, vestidos de inmortalidad, exclamando: Victoria sobre la muerte y el sepulcro. Junto con los santos vivos fueron arrebatados a encontrar al Señor en el aire, mientras que hermosos y sonoros gritos de gloria y victoria salían de todo labio santificado.
Favor hacer referencia a: Salmos Libro III capítulo 86; Oseas 6:3; Hageo 2:21-23; Mateo 10:35-39, 20:23; Efesios 6:10-18; 1Tesalonicenses 4:14-18; Apocalipsis 3:14-22.
Vi la condición de las diversas iglesias desde que el segundo ángel proclamó su caída. Éstas habían estado volviéndose cada vez más corruptas, sin embargo, llevan el nombre de seguidoras de Cristo. Es imposible distinguirlas del mundo. Sus ministros toman sus textos de la Palabra de Dios pero predican cosas halagüeñas. El corazón carnal no tiene ninguna objeción en contra de eso. Es solamente el espíritu y el poder de la verdad, y la salvación de Cristo lo que resulta odioso al corazón natural. En el ministerio popular no hay nada que incite la ira de Satanás, que haga temblar al pecador o que aplique al corazón y a la conciencia las temibles realidades de un juicio pronto a venir. Generalmente, los hombres impíos están satisfechos con una forma sin la verdadera piedad, y ayudarán y apoyarán una religión tal. El ángel dijo: Ninguna cosa que sea menos que la completa armadura de justicia puede vencer y conservar la victoria sobre el poder de las tinieblas. Satanás ha tomado posesión de las iglesias como cuerpos. Se hace hincapié en las declaraciones y los hechos de los hombres en lugar de las penetrantes verdades de la palabra de Dios. El ángel dijo: La amistad y el espíritu del mundo están en enemistad con Dios. Cuando la verdad en su sencillez y fuerza, como es en Jesús, es examinada en contra del espíritu del mundo, inmediatamente despierta el espíritu de la persecución. Muchos que profesan ser cristianos, no han conocido a Dios. El carácter del corazón natural no ha sido cambiado y la mente carnal permanece en enemistad con Dios, son los fieles siervos de Satanás, a pesar de que han tomado otro nombre.
Vi que desde que Jesús había dejado el lugar santo del santuario celestial, y había entrado dentro del segundo velo, las iglesias fueron dejadas como los judíos, y se han estado llenando de toda ave sucia y aborrecible. Vi gran iniquidad y vileza en las iglesias, sin embargo, profesan ser cristianas. Su profesión, sus oraciones y sus exhortaciones son una abominación a la vista de Dios. El ángel dijo: Dios no olerá en sus asambleas. El egoísmo, el fraude y el engaño son practicados por ellos sin que los reproche la conciencia. Y arrojan el manto de la religión sobre todos esos malos rasgos. Se me mostró el orgullo de las iglesias nominales, Dios no estaba en sus pensamientos sino que, sus mentes carnales se espacían en sí mismas. Decoran sus pobres cuerpos mortales, y entonces se contemplan con satisfacción y placer. Jesús y los ángeles los miraron con ira. El ángel dijo: Sus pecados y su orgullo han llegado hasta el cielo. Su porción está preparada. La justicia y el juicio han dormido por mucho tiempo, pero pronto despertarán. Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Las terribles amenazas del tercer ángel han de ser cumplidas y ellos beberán de la ira de Dios. Una innumerable hueste de ángeles malos está esparciéndose por toda la tierra, las iglesias y los cuerpos religiosos están llenos de ellos. Y éstos miran a los cuerpos religiosos con regocijo, porque el manto de la religión cubre los mayores crímenes e iniquidad.
Todo el cielo contempla con indignación a los seres humanos, la obra de Dios, reducidos por su prójimo a las profundidades más grandes de la degradación, y colocados al nivel de la creación animal. Y los profesos seguidores de ese amado Salvador, cuya compasión siempre fue despertada cuando él veía el sufrimiento humano, se envuelven de todo corazón en ese enorme y serio pecado. Y tratan con esclavos y con las almas de hombres. Ángeles lo han registrado todo. Está escrito en el libro. Las lágrimas de los siervos y siervas piadosos, de padres, madres e hijos, de hermanos y hermanas, están en la redoma en el cielo. La agonía, la agonía humana, es llevada de lugar en lugar, y comprada y vendida. Dios restringirá su ira solamente un poquito más. Su indignación arde contra esta nación, y especialmente en contra de los cuerpos religiosos que han sancionado, y también se han envuelto en ese terrible tráfico. Una injusticia semejante, una opresión de esa clase, tales sufrimientos, pueden ser contemplados por muchos profesos seguidores del manso y humilde Jesús con una indiferencia cruel. Y muchos de ellos pueden infligir personalmente toda esa indescriptible agonía con una satisfacción abominable, y todavía atreverse a adorar a Dios. Es una burla absoluta, y Satanás se regocija acerca de ella y reprocha a Jesús y a sus ángeles a causa de inconsecuencias tan grandes, diciendo, con triunfo infernal: ¡Esos son los seguidores de Cristo!
Esos profesos cristianos leen acerca de los sufrimientos de los mártires, y las lágrimas corren por sus mejillas. Se preguntan cómo los hombres pudieron tener corazones tan endurecidos como para practicar crueldades tan inhumanas para con su prójimo, mientras que al mismo tiempo ellos mantienen a sus semejantes en la esclavitud. Y eso no es todo. Ellos cortan los vínculos naturales y oprimen cruelmente a su prójimo día tras día. Pueden infligir torturas muy inhumanas con implacable crueldad, las cuales se pueden comparar con la crueldad que los papistas y los paganos manifestaron hacia los seguidores de Cristo. El ángel dijo: Será más tolerable la suerte de los paganos y de los papistas en el día de la ejecución del juicio divino, que para esos hombres. Los clamores y los sufrimientos de los oprimidos han llegado al cielo, y los ángeles están asombrados ante el sufrimiento indecible, cruel y agonizante que el hombre, hecho a la imagen de su Creador, inflige a su prójimo. El ángel dijo: Los nombres de los tales están escritos con sangre, cruzados con azotes, e inundados por agonizantes y ardientes lágrimas de sufrimiento. La ira de Dios no cesará hasta que él haya hecho que la tierra de la luz beba las heces de la copa de su indignación, y hasta que haya recompensado a Babilonia al doble. Dadle a ella como os ha dado, y pagadle el doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble.
Vi que el amo de un esclavo tendrá que responder por el alma de su esclavo a quien él ha mantenido en la ignorancia; y que todos los pecados del esclavo serán castigados en el amo. Dios no puede llevar al cielo al esclavo que fue mantenido en la ignorancia y la degradación, sin saber nada acerca de Dios o de la Biblia, temiendo sólo el látigo de su amo, y ocupando una posición tan elevada como las bestias de su dueño. Pero él hace lo mejor para él que un Dios compasivo puede hacer. Le permite ser como si no hubiera sido, mientras que el amo tiene que sufrir la siete postreras plagas, y más tarde levantarse en la segunda resurrección para sufrir la muerte segunda, la más terrible. Entonces la ira de Dios se aplacará.
Favor hacer referencia a: Amós 5:21; Romanos 12:19; Apocalipsis 14:9-10, 18:6.
Vi a los ángeles ir y venir apresuradamente en el cielo. Estaban descendiendo a la tierra, y ascendiendo nuevamente al cielo, preparándose para el cumplimiento de algún evento importante. Entonces vi a otro ángel poderoso comisionado para descender a la tierra, para unir su voz a la del tercer ángel y para darle poder y fuerza a su mensaje. Se impartieron al ángel gran poder y gloria, y a medida que descendía, la tierra fue iluminada con su gloria. La luz que iba delante y que seguía a ese ángel, penetraba por todas partes, mientras él clamaba con voz potente, diciendo: Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible. El mensaje de la caída de Babilonia, como fue dado por el segundo ángel se repite aquí, con la mención adicional de las corrupciones que han estado entrando en las iglesias desde el 1844. La obra de ese ángel comienza en el momento adecuado, y se une a la última gran obra del mensaje del tercer ángel, a medida que éste se intensifica hasta llegar a ser un fuerte pregón. Y el pueblo de Dios es así preparado, en todas partes, para enfrentar la hora de la tentación, la cual pronto lo asaltará. Vi que una gran luz descansaba sobre ellos, y que se unieron en el mensaje, que proclamaban valientemente, con gran poder el mensaje del tercer ángel.
Se enviaron ángeles para ayudar al poderoso ángel que había descendido del cielo, y oí voces que parecían resonar por todas partes: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte en sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades. Ese mensaje parecía ser un complemento del tercer mensaje y se unió a éste, como el clamor de medianoche se unió al mensaje del segundo ángel en el 1844. La gloria de Dios descansó sobre los pacientes y expectantes santos, y éstos dieron valientemente la última solemne advertencia, proclamando la caída de Babilonia, y exhortando al pueblo de Dios a salir de ella para que pudiera escapar de su terrible condenación.
La luz que fue derramada sobre los fieles que esperaban penetraba por todas partes, y los que habían recibido alguna luz en las iglesias, quienes no habían oído y rechazado los tres mensajes, respondieron al llamado y abandonaron las iglesias caídas. Muchos habían llegado a la edad de responsabilidad desde que esos habían sido dados, y la luz brilló sobre ellos, y tuvieron el privilegio de escoger la vida o la muerte. Algunos escogieron la vida, y tomaron su lugar con aquellos que esperaban a su Señor y que guardaban todos sus mandamientos. El tercer mensaje había de hacer su obra; todos habían de ser probados por él, y los que eran preciosos habían de ser llamados a salir de los cuerpos religiosos. Un poder apremiante movió a los sinceros, mientras que la manifestación del poder de Dios mantuvo con temor y restringió a los parientes y amigos, y no se atrevieron ni tuvieron el poder para obstaculizar a los que sentían sobre ellos la obra del Espíritu de Dios. La última exhortación es llevada hasta alcanzar aun a los pobres esclavos, y los piadosos entre ellos, con expresiones humildes, prorrumpieron en cánticos de arrobado gozo ante la perspectiva de su maravillosa liberación, y sus amos no pudieron contenerlos, porque un temor y asombro los mantenía en silencio. Se efectuaron grandes milagros, los enfermos sanaban, y señales y maravillas seguían a los creyentes. Dios estaba en la obra, y cada santo, sin temor a las consecuencias, seguía las convicciones de su propia conciencia, y se unía a los que guardaban todos los mandamientos de Dios, y proclamaban por todas partes y con poder el tercer mensaje. Vi que el tercer mensaje concluiría con poder y fortaleza que excederían grandemente a los del clamor de medianoche.
Siervos de Dios, imbuidos de poder de lo alto, con sus rostros iluminados y resplandeciendo con una santa consagración, salieron a cumplir su trabajo y a proclamar el mensaje del cielo. Almas que habían sido dispersadas a través de los cuerpos religiosos respondieron al llamado, y los que eran preciosos se apresuraron a salir de las iglesias condenadas, como Lot se dio prisa a salir de Sodoma antes de la destrucción de ella. El pueblo de Dios fue preparado y fortalecido por la gloria excelsa que se derramó sobre ellos en rica abundancia, ayudándolo para soportar la hora de la tentación. Escuché una multitud de voces exclamando: Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
Favor hacer referencia a: Génesis capítulo 19; Apocalipsis 14:12, 18:2-5.
Se me señaló el tiempo cuando el mensaje del tercer ángel cerraría. El poder de Dios había descansado sobre su pueblo. Habían realizado su obra, y estaban preparados para la hora de prueba que estaba ante ellos. Habían recibido la lluvia tardía, o el refrigerio de la presencia del Señor, y el testimonio viviente había sido revivido. La última gran amonestación había cundido por todas partes y ésta había sacudido y enfurecido a los habitantes de la tierra, que no habían querido recibir el mensaje.
Vi ángeles apresurándose de un lado a otro en el cielo. Un ángel regresó de la tierra con un tintero de escribano en la cintura, y le comunicó a Jesús que había realizado su obra, y que los santos habían sido numerados y sellados. Entonces vi a Jesús, quien había estado oficiando ante el arca conteniendo los diez mandamientos, arrojar el incensario, y elevando sus manos, dijo a gran voz: Consumado es. Y toda la hueste angélica depuso sus coronas a medida que Jesús hizo la solemne declaración: El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifiquese todavía.
Vi que todos los casos habían sido decididos entonces para vida o para muerte. Jesús había borrado los pecados de su pueblo. Había recibido su reino, y se había realizado la expiación por los súbditos de éste. Mientras Jesús había estado oficiando en el santuario, se había estado llevando a cabo el juicio para los justos que habían muerto, y entonces, para los justos vivos. Se había completado el número de los súbditos del reino. Concluyeron las bodas del Cordero. Y el reino, y el señorío, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo fue dado a Jesús, y a los herederos de la salvación, y Jesús había de reinar como Rey de reyes y Señor de señores.
Al salir Jesús del lugar santísimo, oí el tintineo de las campanillas de su túnica, y cuando salió, una nube de oscuridad cubrió a los habitantes de la tierra. Entonces no había mediador entre el hombre culpable, y un Dios ofendido. Mientras Jesús había estado ministrando entre Dios y el hombre culpable, había un freno sobre la gente, pero cuando Jesús dejó de estar entre el hombre y el Padre, se removió el freno y Satanás tuvo el control del hombre. Era imposible que se derramaran las plagas mientras Jesús oficiara en el santuario, pero cuando su obra allí terminó, cuando su intercesión cerró, nada pudo ya detener la ira de Dios, y ésta cayó furiosamente sobre la desamparada cabeza del pecador culpable, quien había despreciado la salvación y aborrecido la reprensión. En ese terrible tiempo, después del cierre de la intercesión de Cristo los santos estaban viviendo a la vista de un Dios santo, sin un mediador. Había sido decidido cada caso y cada joya numerada. Jesús se detuvo por un momento en el departamento exterior del santuario celestial, y los pecados que habían sido confesados mientras él estuvo en el lugar santísimo, los colocó sobre el diablo, el originador del pecado. Él deberá sufrir el castigo de esos pecados.
Entonces vi que Jesús se despojaba de sus vestiduras sacerdotales, y se vistió con sus vestimentas más regias-llevaba sobre su cabeza muchas coronas, una corona dentro de otra-y rodeado de la hueste angélica dejó el cielo. Las plagas estaban cayendo sobre los habitantes de la tierra. Algunos estaban denunciando a Dios y maldiciéndolo. Otros acudían apresuradamente al pueblo de Dios, y rogaban que se les enseñara como podían escapar los juicios divinos. Pero los santos no tenían nada para ellos. Ya se había derramado la última lágrima por los pecadores, se había ofrecido la última angustiosa oración, se había llevado la última carga. La dulce voz de la misericordia no habría de invitarlos más. Se había dado la última nota de advertencia. Cuando los santos y todo el cielo estaban interesados en su salvación, ellos no habían tenido interés por sí mismos. Se habían colocado ante ellos la vida y la muerte. Muchos deseaban la vida, pero no hicieron ningún esfuerzo para obtenerla. No escogieron la vida, y ya no había sangre expiatoria para purificar al pecador. No había un Salvador compasivo para rogar por ellos, y para clamar: Perdona, perdona al pecador un poco más. Todo el cielo se había unido a Jesús cuando escucharon las terribles palabras: Hecho es. Consumado es. El plan de salvación había sido completado. Sólo unos pocos habían escogido aceptar el plan, y a medida que la dulce voz de la misericordia se apagaba, el temor y el horror se apoderaron de ellos. Con terrible claridad oyeron las palabras: ¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde!
Los que habían menospreciado la palabra de Dios se apresuraban de un lugar a otro. Iban errantes de mar a mar, y desde el norte hasta el este, para buscar la palabra del Señor. El ángel dijo: No la hallarán. Hay hambre en la tierra; no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír las palabras del Señor. ¿Qué no darían por escuchar una palabra de aprobación de parte de Dios? Pero no, han de seguir hambrientos y sedientos. Han despreciado la salvación día tras día, y han valorado el placer mundanal y las riquezas terrenales por encima de cualquier tesoro y aliciente celestial. Han rechazado a Jesús y despreciado a sus santos. Los sucios deberán permanecer sucios para siempre.
Una gran porción de los impíos se enfurecieron grandemente al sufrir los efectos de las plagas. Era una escena de terrible agonía. Los padres reprochaban amargamente a sus hijos, los hijos recriminaban a sus padres, los hermanos a sus hermanas, y las hermanas a sus hermanos. Se escuchaban agudos lamentos por todas partes: ¡Tu me impediste recibir la verdad que me hubiera librado de esta terrible hora! La gente se volvió en contra de los ministros con un odio acerbo y los reconvinieron, diciéndoles: Vosotros no nos advertisteis. Nos dijisteis que todo el mundo se iba a convertir, y clamasteis paz, paz, para acallar todos nuestros temores. No nos dijisteis nada acerca de esta hora, y a los que nos advertían los llamasteis fanáticos y hombres malos que nos arruinarían. Pero vi que los ministros no escaparon de la ira de Dios. Sus sufrimientos eran diez veces mayores que los de sus feligreses.
Favor hacer referencia a: Ezequiel 9:2-11; Daniel 7:27; Oseas 6:3; Amós 8:11-13; Apocalipsis capítulo 16, 17:14.
Vi a los santos abandonar las ciudades, y juntarse en compañías para vivir en los lugares más solitarios. Los ángeles los proveían de alimento y de agua, mientras los impíos estaban sufriendo de hambre y de sed. Entonces vi a los líderes de la tierra consultando entre sí, y Satanás y sus ángeles estaban ocupados a su alrededor. Vi un edicto, del que se distribuyeron copias en diferentes partes de la tierra, dando órdenes de que a menos que los santos renunciaran a su fe peculiar, abandonaran el sábado, y observaran el primer día, la gente tendría la libertad, después de cierto tiempo, de matarlos. Pero en ese tiempo, los santos estaban serenos y tranquilos, confiando en Dios y descansando en su promesa de que se abriría ante ellos una vía de escape. En algunos lugares, antes de que se cumpliera el plazo señalado en el edicto, los impíos se abalanzaron sobre los santos para matarlos, pero los ángeles en la forma de hombres de guerra lucharon en su favor. Satanás deseaba tener el privilegio de destruir a los santos del Altísimo, pero Jesús le ordenó a sus ángeles que los guardaran, porque Dios sería honrado al hacer un pacto con aquellos que habían observado su ley a la vista de los impíos a su alrededor, y Jesús sería honrado al trasladar sin ver la muerte, a los fieles que lo esperaban, quienes lo habían aguardado por tanto tiempo.
Pronto vi que los santos sufrían una gran angustia mental. Parecían estar rodeados por los impíos habitantes de la tierra. Todo parecía estar en su contra. Algunos empezaron a temer que Dios los había abandonado finalmente, para perecer a manos de los impíos. Pero si sus ojos hubieran podido abrirse, se hubieran visto rodeados por ángeles de Dios. Después llegó la multitud de los airados impíos seguida por una masa de ángeles malos, quienes urgían a los impíos a matar a los santos. Pero para tratar de acercárseles, tenían primero que atravesar por entre esa compañía de poderosos ángeles santos lo cual era imposible. Los ángeles de Dios los hacían retroceder, y también hacían que los ángeles malos que los rodeaban, se devolvieran. Era un hora de angustia terrible y espantosa para los santos. Ellos clamaban día y noche a Dios por liberación. A juzgar por las apariencias, no había posibilidad de que escaparan. Los impíos habían comenzado a disfrutar su triunfo de antemano y gritaban: ¿Por qué vuestro Dios no os libra de nuestra manos? ¿Por qué no ascendéis y salváis vuestra vidas? Pero los santos no los escuchaban. Estaban luchando con Dios como lo hizo Jacob. Los ángeles ansiaban liberarlos, pero debían esperar un poco más, y beber de la copa y ser bautizados con el bautismo. Los ángeles, fieles a su cometido, mantenían su vigilancia. Casi había llegado el tiempo en el que Dios iba a manifestar su gran poder, y a liberarlos gloriosamente. Dios no permitiría que su nombre fuese humillado ante los paganos. Por la gloria de su nombre, él libraría a cada uno de los que habían esperado por él pacientemente, y cuyos nombres estaban escritos en el libro.
Se me señaló al fiel Noé. La lluvia descendió, el torrente sobrevino, Noé y su familia habían entrado en el arca y Dios había cerrado la puerta. Noé le había advertido fielmente a los habitantes del viejo mundo, cuando se burlaban de él y lo escarnecían. Y mientras las aguas descendían sobre la tierra, y mientras se ahogaban uno por uno, veían el arca de la que tanto se habían burlado, flotando con seguridad sobre las aguas, preservando al fiel Noé y a su familia. De igual manera, vi que el pueblo de Dios, que había advertido al mundo de la ira venidera, sería liberado. Habían advertido fielmente a los habitantes de la tierra, y Dios no permitiría que los impíos destruyeran a quienes esperaban ser trasladados y quienes no se sometían al decreto de la bestia ni recibían su marca. Vi que si a los impíos se les permitía matar a los santos, Satanás, toda su hueste maligna y todos los que odiaban a Dios se alegrarían. Y oh, ¡qué triunfo sería para su majestad satánica, tener poder, en la lucha final, sobre aquellos que durante largo tiempo habían esperado para contemplar a Aquel a quien amaban. Los que se habían burlado de la idea de que los santos ascendieran, presenciarán el cuidado de Dios por su pueblo y verán su gloriosa liberación.
A medida que los santos abandonaron las ciudades y aldeas, fueron perseguidos por los impíos. Cuando éstos levantaban sus espadas contra los santos, las armas se quebraban y caían tan inofensivas como briznas de paja. Ángeles de Dios escudaban a los santos. A medida que clamaban día y noche, su clamor llegó ante Dios.
Favor hacer referencia a: Génesis capítulo 6-7, 32:24-28; Salmos Libro IV capítulo 91; Mateo 20:23; Apocalipsis 13:11-17.
Fue a la medianoche que Dios escogió liberar a su pueblo. Mientras los impíos se burlaban a su alrededor, repentinamente, el sol apareció, resplandeciendo en todo su fulgor, y la luna se detuvo. Los impíos contemplaron la escena con asombro. Se siguieron en rápida sucesión señales y prodigios. Todo parecía haberse salido de su curso natural. Los santos contemplaban las señales de su liberación con gozo solemne.
Los arroyos cesaron de correr. Aparecieron nubes oscuras y espesas que se entrechocaban una en contra de otra. Pero había un claro de constante esplendor, desde donde se escuchaba la voz de Dios, como el sonido de muchas aguas, la cual sacudió los cielos y la tierra. Hubo un gran terremoto. Los sepulcros se abrieron, y aquellos que habían muerto en la fe bajo el mensaje del tercer ángel, guardando el sábado, se levantaron glorificados de sus lechos polvorientos para escuchar el pacto de paz que Dios había de hacer con los que habían guardado su ley.
El firmamento se abrió y se cerró en terrible conmoción. Las montañas se sacudían como una caña en el viento, y lanzaba peñascos por todas partes. El mar hervía como una caldera y arrojaba piedras sobre la tierra. Y a medida que Dios declaraba el día y la hora de la venida de Jesús, y confería a su pueblo el pacto eterno, pronunciaba una frase y pausaba, mientras sus palabras retumbaban a través de la tierra. El Israel de Dios permanecía con la vista fija en las alturas, escuchando las palabras según procedían de los labios de Jehová, y retumbaban a través de la tierra como el estruendo de aterradores truenos. Era un espectáculo terriblemente solemne. Al final de cada frase los santos exclamaban: ¡Gloria! ¡Aleluya! Sus semblantes resplandecían con la gloria de Dios, y brillaban como el rostro de Moisés cuando descendió del Sinaí. Los impíos no podían mirarlos a causa de la gloria que reposaba sobre ellos. Y cuando la bendición sempiterna fue derramada sobre los que habían honrado a Dios, al guardar su sábado, repercutió un potente grito de victoria sobre la bestia y sobre su imagen.
Entonces comenzó el jubileo, cuando la tierra había de descansar. Vi al piadoso esclavo alzarse en triunfo y victoria, quebrantó las cadenas que lo ataban, mientras que su impío amo quedaba confuso y no sabía qué hacer, porque los impíos no podían comprender las palabras pronunciadas por la voz de Dios. Pronto apareció la gran nube blanca. Sobre ella venía sentado el Hijo del hombre.
Al vislumbrarse por primera vez a la distancia, esa nube parecía muy pequeña. El ángel dijo que era la señal del Hijo del hombre. Y a medida que la nube se acercaba a la tierra, pudimos contemplar la excelente gloria y majestad de Jesús mientras avanzaba como conquistador. Una santa comitiva de ángeles, ceñidos de brillantes y resplandecientes coronas, lo escoltaban en su camino. No hay lenguaje que pueda describir la gloria de la escena. La viviente nube de majestad y gloria insuperable se acercó más, y pudimos contemplar claramente la hermosa persona de Jesús. No llevaba una corona de espinas, sino que una corona de gloria ceñía su santa cien. Sobre su vestidura y sobre su muslo llevaba escrito el nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. Sus ojos eran como llama de fuego, sus pies tenían la apariencia de bronce fino, y su voz sonaba como muchos instrumentos musicales. Su semblante era tan reluciente como el sol del medio día. La tierra tembló ante él y los cielos se apartaron como un pergamino que es enrollado, y todo los montes e islas se movieron de sus lugares. Y los reyes de la tierra, y los grandes, y los capitanes y los poderosos, y todo siervo y todo libre se escondieron en las cuevas y entre las peñas de las montañas. Y clamaron a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos, de la cara de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero: Porque el gran día de su ira es venido; ¿y quién podrá estar firme?
Aquellos que un corto tiempo antes hubieran exterminado a los fieles hijos de Dios de la tierra, tuvieron que presenciar la gloria de Dios que descansaba sobre ellos. Los habían visto glorificados. Y en medio de todos las terribles escenas que tuvieron lugar, habían escuchado las voces de los santos en gozosos tonos diciendo: He aquí este es nuestro Dios le hemos esperado, y nos salvará. La tierra se estremeció fuertemente mientras el Hijo de Dios llamaba a los santos que dormían. Ellos respondieron al llamado, y resucitaron vestidos de gloriosa inmortalidad, exclamando: ¡Victoria! ¡victoria! sobre la muerte y sobre la tumba. ¿Dónde está oh muerte, tu aguijón? ¿dónde oh sepulcro, tu victoria? Entonces los santos vivos y los que habían resucitado, elevaron sus voces en un prolongado y conmovedor grito de victoria. Esos cuerpos enfermizos que habían descendido a la tumba, resurgieron con salud y vigor inmortales. Los santos vivientes fueron transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, y fueron arrebatados con los que habían resucitado, y juntos encontraron a su Señor en el aire. Oh, qué reunión tan gloriosa. Amigos a quienes la muerte había separado, fueron reunidos para no separarse jamás.
A cada lado del carro de nube había alas, y debajo de éste había ruedas vivientes, y a medida que el carro ascendía, las ruedas exclamaban: ¡Santo! y las alas al moverse, exclamaban: ¡Santo!, y la escolta de ángeles santos alrededor del carro exclamaban: ¡Santo, santo, santo, Dios Todopoderoso. Y los santos que estaban en la nube exclamaban: ¡Gloria! ¡Aleluya! Y el carro subió hacia la santa ciudad. Antes de entrar en ésta, los santos fueron ordenados en un cuadrado perfecto, con Jesús en el medio. Él sobresalía de cabeza y hombros por encima de los santos, y también de los ángeles. Su forma majestuosa y hermoso rostro podía ser contemplado por todos los que estaban en el cuadro.
Favor hacer referencia a: 2Reyes 2:11; Isaías 25:9; 1Corintios 15:51-55; 1Tesalonicenses 4:13-17; Apocalipsis 1:13-16, 6:14-17, 19:16.
Entonces vi a un gran número de ángeles traer gloriosas coronas de la ciudad; una corona para cada santo con su nombre escrito en ella, y a medida que Jesús pedía las coronas, ángeles se las entregaban, y el amable Jesús, las colocaba en la cabeza de los santos con su propia diestra. En la misma manera, los ángeles trajeron las arpas, y Jesús también se las entregó a los santos. Los ángeles directores tocaron primero la nota, y entonces, cada voz se elevó en agradecida y feliz alabanza, y cada mano pulsó las cuerdas del arpa con destreza, produciendo música melodiosa llena de ricos y perfectos acordes. Entonces vi a Jesús conducir a los redimidos a la puerta de la ciudad. Puso su mano sobre la puerta y la hizo girar sobre sus relucientes goznes, invitó a las naciones que habían guardado la verdad a entrar. En la ciudad había todo lo que pudiera agradar a la vista. Contemplaban gloria por todas partes. Entonces, Jesús miró a sus santos redimidos; sus semblantes irradiaban gloria, y al fijar sus amantes ojos en ellos, dijo, en su voz rica y melodiosa: Contemplo el trabajo de mi alma y estoy satisfecho. Esta excelsa gloria es vuestra para que la disfrutéis eternamente. Vuestras angustias han terminado. No habrá más muerte ni llanto ni pesar ni dolor. Vi a la hueste de los redimidos inclinarse y arrojar sus resplandecientes coronas a los pies de Jesús, y entonces cuando su bondadosa mano los levantó, pulsaron sus doradas arpas y llenaron todo el cielo con su rica música y con cánticos al Cordero.
Entonces vi a Jesús conducir a la hueste redimida al árbol de la vida, y nuevamente escuchamos su hermosa voz, mas dulce que ninguna música que jamás haya caído en algún oído mortal, diciendo: Las hojas de este árbol son para la sanidad de las naciones. Comed de él todos. En el árbol de la vida había hermosísimos frutos, de los cuales, los santos podían comer libremente. En la ciudad había un trono muy gloriosos, y de debajo de éste manaba un río puro de agua de vida, tan claro como el cristal. A ambas márgenes del río estaba el árbol de la vida. En las riberas del río había hermosos árboles que llevaban fruto bueno para comer. El lenguaje es demasiado limitado para tratar de describir el cielo. Cuando la escena se presenta ante mí, me quedo llena de admiración y arrobada por el extraordinario esplendor y por la excelente gloria, dejo caer la pluma y exclamo: Oh, ¡qué amor! ¡qué maravilloso amor! El lenguaje más excelente no puede alcanzar a describir la gloria del cielo ni la incomparable profundidad del amor del Salvador.
Favor hacer referencia a: Isaías 53:11; Apocalipsis 21:4, 22:1-2.
Entonces contemplé la tierra. Los impíos estaban muertos, y sus cuerpos yacían sobre la faz de ésta. Los habitantes de la tierra habían sufrido la ira de Dios en las siete postreras plagas. Se habían mordido sus lenguas de dolor y habían maldecido a Dios. Los falsos pastores fueron objeto especial de la ira de Jehová. Sus ojos se habían consumido en sus cuencas y sus lenguas en sus bocas, mientras estaban en pie. Después de que los santos fueron liberados por la voz de Dios, la ira de la multitud impía los volvió el uno en contra del otro. La tierra parecía estar anegada en sangre, y había cuerpos muertos de un cabo a otro de ésta.
La tierra se encontraba en una condición muy desolada. Ciudades y aldeas, desmoronadas por el terremoto, eran escombros. Montañas fueron movidas de sus lugares, dejando grandes cavernas. El mar había arrojado pedazos de rocas a la tierra, y éstas se hallaban desparramadas por toda su superficie. La tierra parecía un desierto desolado. Grandes árboles habían sido arrancados de raíz y estaban esparcidos por todas partes. Aquí estará el hogar de Satanás con sus malos ángeles durante los 1000 años. Aquí estarán confinados y vagará de arriba a abajo sobre la superficie agrietada de la tierra, y verá los efectos de su rebelión en contra de la ley de Dios. Podrá disfrutar por 1000 años de los efectos de la maldición que causó. Limitado solamente a la tierra, no tendrá el privilegio de ir a otros mundos para tentar y mortificar a los que no han caído. En ese tiempo, Satanás sufre intensamente. Desde su caída sus características malignas han sido ejercitadas constantemente. Entonces se verá privado de su poder, y dejado para que reflexione acerca del papel que él ha tenido desde su caída, y para esperar con temblor y terror el terrible porvenir cuando deberá sufrir por todo el mal que ha hecho, y ser castigado por todos los pecados que ha hecho que se cometan.
Entonces escuché gritos de triunfo provenientes de los ángeles y de los santos redimidos, los cuales sonaban como diez mil instrumentos musicales, porque ya no serían molestados ni tentados por el diablo, y porque los habitantes de otros mundos habían sido liberados de su presencia y de sus tentaciones.
Entonces vi tronos, y Jesús y los santos redimidos se sentaron en ellos; los santos reinaron como reyes y sacerdotes para Dios, y los impíos muertos fueron juzgados, sus acciones fueron comparadas con el libro de estatutos, la palabra de Dios, y fueron juzgados de acuerdo a las obras realizadas en el cuerpo. Jesús en unión con los santos, le asignó a los impíos la porción que debían sufrir, de acuerdo a sus obras, y fue escrito en el libro de la muerte, al lado de sus nombres. Satanás y sus ángeles también fueron juzgados por Jesús y los santos. El castigo de Satanás había de ser mucho mayor que el de aquellos que había engañado. Excedía tanto al castigo de ellos que no se podía comparar con éste. Después de que todos los que él engaño hayan perecido, Satanás habrá de vivir aún y sufrir por más tiempo.
Cuando terminó el juicio de los impíos muertos, al final de los mil años, Jesús abandonó la ciudad, y una escolta de la hueste angélica lo siguió. Los santos también fueron con él. Jesús descendió sobre un grande y alto monte, el cual, tan pronto como sus pies lo tocaron, se partió en dos y se convirtió en una inmensa llanura. Entonces, elevamos nuestra mirada y vimos la gran y hermosa ciudad, con doce fundamentos, doce puertas, tres a cada lado, y con un ángel a cada puerta. Clamamos ¡La Ciudad! ¡La gran ciudad! ¡Está descendiendo del cielo, de Dios! Y ésta bajó en todo su esplendor y magnífica gloria y reposó en la extensa llanura que Jesús había preparado para ella.
Favor hacer referencia a: Zacarias 14:4-12; Apocalipsis 20:2-6, 20:12, 21:10-27.
Entonces Jesús y toda su santa escolta de ángeles con todos los santos redimidos dejaron la ciudad. Los santos ángeles rodearon a Jesús y lo escoltaron en su camino y el séquito de los santos redimidos los siguió. Entonces Jesús, con una majestad imponente y terrible, llamó a los impíos muertos, y a medida que resucitaron, con los mismos cuerpos débiles y enfermizos con que descendieron a la tumba, ¡qué espectáculo presentaron! ¡qué escena! En la primera resurrección, todos despertaron en radiante inmortalidad, pero en la segunda, las marcas de la maldición son visibles en todos. Los reyes y los hombres nobles de la tierra resucitan con los rudos y los degradados, los eruditos y los ignorantes juntamente. Todos contemplan al Hijo del hombre, y los mismos hombres que despreciaron y burlaron a Jesús, quienes lo hirieron con la caña, y pusieron la corona de espinas sobre sus sagradas sienes, lo contemplan en su regia majestad. Los que lo escupieron en la hora de su juicio, ahora se apartan de su penetrante mirada y de la gloria de su semblante. Aquellos que enterraron los clavos en sus manos y sus pies, ahora ven las marcas de su crucifixión. Los que le hirieron el costado con la lanza ven las marcas de su crueldad en su cuerpo. Y se dan cuenta que él es Aquel mismo que crucificaron y a quien burlaron en su agonía moribunda. Entonces se levanta un largo y prologado lamento de agonía, mientras huyen de la presencia del Rey de reyes y Señor de señores.
Todos tratan de esconderse en las rocas, y de escudarse de la terrible gloria de Aquel a quien una vez despreciaron. Todos están sobrecogidos y angustiados por su majestad y extraordinaria gloria, y al unísono elevan sus voces, y con terrible claridad exclaman: Bendito el que viene en el nombre del Señor.
Luego Jesús y los santos ángeles, acompañados por todos los santos entraron nuevamente en la ciudad, y los amargos lamentos y las quejas de los impíos perdidos llenaron el aire. Entonces vi que Satanás comenzaba su obra de nuevo. Se movía entre sus súbditos, fortaleció a los débiles y les dijo que él y sus ángeles eran poderosos. A continuación, señaló los innumerables millones que habían sido resucitados. Entre ellos había poderosos guerreros y reyes diestros en batalla, y quienes habían conquistado reinos. Y había robustos gigantes, y hombres valientes que nunca habían perdido una batalla. Allí estaba el orgulloso y ambiciosos Napoleón cuya llegada había hecho temblar a reinos. Allí había hombres de gran estatura y de porte digno y elevado, quienes habían caído en la batalla. Cayeron mientras estaban sedientos de conquista. Cuando salieron de sus tumbas, resumieron la corriente de sus pensamientos donde éstos habían cesado en la muerte. Poseían el mismo espíritu de conquista que los dominaba cuando cayeron. Satanás consultó con sus ángeles y entonces, con esos reyes, conquistadores y hombres poderosos. Luego observó al vasto ejército y les dijo que la compañía que estaba en la ciudad era pequeña y débil, que ellos podían subir contra ella tomarla, arrojar fuera a sus habitantes, y adueñarse de sus riquezas y gloria.
Satanás tuvo éxito en engañarlos, e inmediatamente todos comenzaron a prepararse para la batalla. Construyeron armamentos de guerra, porque en ese enorme ejército había muchos hombres hábiles. Y entonces, con Satanás a la cabeza, la multitud se puso en marcha. Los reyes y los guerreros seguían de cerca a Satanás, y la multitud iba detrás, en compañías. Cada una de ellas tenía un capitán, y marchaban en orden a medida que avanzaban sobre la agrietada superficie de la tierra hacia la ciudad santa. Jesús cerró las puertas de la ciudad, y ese numeroso ejército la rodeó y se asentó en orden de batalla para asediarla. Habían preparado toda clase de pertrechos de guerra, esperando envolverse en un fiero conflicto. Se acercaron a la ciudad. Jesús y toda la hueste angélica, con sus relucientes coronas sobres sus cabezas, y todos los santos con sus brillantes coronas, ascendieron a lo alto del muro de la ciudad. Jesús habló con majestad y dijo: ¡Contemplad, pecadores, la recompensa de los justos! ¡Y mirad, vosotros mis redimidos, la recompensa de los impíos! La innumerable multitud contempla a la compañía sobre los muros de la ciudad. Y al ver el esplendor de sus resplandecientes coronas, y ver sus rostros radiantes de gloria, expresando la imagen de Jesús, y al contemplar la inexpresable gloria y majestad del Rey de Reyes, y Señor de señores, su valor decayó. El sentido del tesoro y la gloria que han perdido los embargó y se dan cuenta de que la paga del pecado es muerte. Ven a la santa y feliz compañía a quien ellos despreciaban revestida de gloria, de honor, de inmortalidad y de vida eterna, mientras que ellos están fuera de la ciudad con todo lo más degradado y abominable.
Favor hacer referencia a: Mateo 23:29; Apocalipsis 6:15-16, 20:7-9, 22:12-15.
Satanás se precipitó en medio de ellos y trató de excitar a la multitud a la acción. Pero llovió sobre ellos fuego de Dios desde el cielo, y los grandes, los poderosos, los hombres nobles, al igual que los pobres y los miserables, son consumidos conjuntamente. Vi que algunos eran destruidos rápidamente, mientras que otros sufrían por más tiempo. Eran castigados de acuerdo a las obras hechas en el cuerpo. Algunos demoraban muchos días para consumirse, y mientras todavía quedase una porción de ellos que aún no se hubiese consumido, el resto conservaba el pleno sentido del sufrimiento. El ángel dijo: El gusano de la vida no morirá ni su fuego se apagará mientras quede una pequeña partícula que éste pueda devorar.
Pero Satanás y sus ángeles sufrieron por mucho tiempo. Satanás no solamente llevó el peso y el castigo de sus pecados, sino también los pecados de toda la hueste redimida fueron colocados sobre él, y deberá sufrir por la ruina que causó a los que engañó. Entonces vi que Satanás y toda la multitud de los impíos, fueron consumidos y la justicia de Dios estuvo satisfecha, y toda la hueste angélica y todos los santos redimidos, exclamaron en alta voz: ¡Amén!
El ángel dijo: Satanás es la raíz, sus hijos son las ramas. Ya han sido consumidos, raíz y rama. Han muerto de una muerte eterna. Nunca tendrán una resurrección y Dios tendrá un universo limpio. Entonces miré; y vi que el fuego que había consumido a los impíos quemaba los escombros y purificaba la tierra. Nuevamente miré, y vi la tierra purificada. No había ni una sola señal de la maldición. La agrietada y desigual superficie de la tierra se veía ahora como una extensa y uniforme llanura. Todo el universo de Dios estaba limpio, y la gran controversia había terminado para siempre. Doquiera mirábamos, todo aquello sobre lo cual descansáramos la mirada, era hermoso y santo. Y toda la hueste redimida, los viejos y los jóvenes, arrojaron sus resplandecientes coronas a los pies de su Redentor, y se postraron en adoración ante él, adorando al que vive para siempre jamás. La hermosa tierra nueva, con toda su gloria, era la herencia eterna de los santos. El reino, y el señorío, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, entonces fue dado al pueblo de los santos del Altísimo, quienes lo poseerían para siempre jamás.
Favor hacer referencia a: Isaías 66:24; Daniel 7:26-27; Apocalipsis 20:9-15, 21:1, 22:3.
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